Reconozco que hasta 2005 tenía una visión de la Guerra Civil española de una persona de izquierdas, o progresista, como se dice ahora. Mis lecturas se habían nutrido de autores como Gabriel Jackson, Hugh Thomas..., y tantos otros.
Mi padre, Francisco, había formado parte de la llamada «quinta del chupete»; los jóvenes que habían sido llamados a filas por la República recién cumplidos los 18 años. Había combatido en la contienda. Había sido capturado en una batalla en Extremadura. Había pasado la mayor parte de la guerra en un campo de concentración.
Y, luego, al final de la contienda, tuvo que volver a hacer la mili otros cuatro años, como todos los soldados que habían combatido en el Ejército republicano. Fue «depurado». El término que utilizó.
Como todas las familias, la mía se partió en los dos bandos, si bien los parientes más cercanos al núcleo familiar estaban del lado republicano.
Un hermano de mi madre, Alfonso, murió en el frente sur, en los combates que se desarrollaron en noviembre de 1936 en los alrededores del Cerro de los Ángeles, el centro geográfico de España, cuando los nacionales trataron infructuosamente de tomar la capital.
Su cadáver jamás fue recuperado. Era el hijo mayor de mis abuelos, Ricardo y Felipa. Un hijo muy querido.
Su desaparición supuso un golpe fatal para la familia. Mi abuelo materno, un constructor originario de Valdeverdeja, pueblo de la provincia de Toledo colindante con la de Cáceres, era lo que hoy definimos como un emprendedor. Un hombre hecho a sí mismo.
Aprendió el oficio de peón de albañil desde abajo, luego se convirtió en encargado y después montó su empresa. Se trasladó a Madrid con su familia. Compraba solares, construía casas y las vendía. Con lo que sacaba, volvía invertir y a repetir la operación.
La guerra civil, la desaparición de mi tío Alfonso, el desastre bélico, impidió que mi abuelo Ricardo volviera a levantar cabeza. Todas sus ilusiones de futuro quedaron hechas trizas.
Cuando terminó la contienda siguió trabajando en la construcción, pero de mero peón de albañil. La gente del sector, conociendo su seriedad y su profesionalidad, le ofrecieron crédito para volver a levantar edificios. Los rechazó.
Tampoco le convencieron los intentos de mi tío Juan, hermano de Alfonso, y de mi padre, Francisco.
Con esta historia quiero centrar de donde vengo. Es una de las muchas historias familiares de aquella época que mis padres me transmitieron cuando estaba a punto de llegar a lo que hoy llamamos mayoría de edad.
Les pregunté que por qué no me lo habían contado antes. La respuesta fue de un razonamiento apabullante: «no queríamos envenenarte. Había que mirar hacia el futuro. Sufrimos mucho con la guerra civil y con la posguerra. No puede volver a repetirse un infierno como ese. Vosotros, merecéis un futuro mejor», me dijo mi madre, Domi.
Ni que decir tiene que mi visión, desde mi juventud, fue la de los escritores de la izquierda.
En ese año de 2005 decidí escribir una novela histórica enmarcada en las últimas semanas de la guerra civil, entre enero y el 1 de abril de 1939, cuando finalmente el coronel Segismundo Casado se rindió y entregó la capital a las tropas del general Francisco Franco.
A la novela le puse, originalmente, el título de «Querido camarada». Eran las dos primeras palabras de una carta que un juez republicano le dirige al protagonista, un joven comisario de la policía republicana, amigo suyo, para que le ayudara a recuperar a su hija secuestrada, de la que el agente había estado enamorada.
Un comisario al que sus jefes le habían conferido la desactivación del complot socialista-anarquista y militar republicano que derivó en un golpe de Estado, el 5 de marzo de 1939, contra el Gobierno republicano y la instauración de un Consejo Nacional de Defensa.
La novela fue publicada en 2009 por Temas de Hoy con el título «El psicópata. Un policía a la búsqueda de un asesino en serie en el Madrid de la Guerra Civil». Ymelda Navajo, la directora de la Editorial, me convenció de que el título elegido era «más comercial».
En aquel tiempo, cuando comencé a idear la idea de la novela, prestaba mis servicios en el Consejo General del Poder Judicial, como asesor de Imagen de la Justicia. Había hecho buenas migas con Adolfo Prego, uno de los 20 vocales del órgano de gobierno de los jueces.
El británico, Burnett Bolloten, autor de una obra imprescindible si se quiere conocer a fondo lo sucedido en la Guerra Civil española.
UNA VISIÓN SESGADA DE LA GUERRA CIVIL
En mis conversaciones con Prego, en ocasiones emergía la Guerra Civil. Su padre había estado en el otro bando, en el nacional, en el frente de Madrid. Un día le hablé de que estaba pensando en escribir una novela me dijo que tenía «sesgada» la visión de la contienda.
Nada más.
Al día siguiente, Prego se presentó en la oficina con ocho libros. «Necesitas leer otros puntos de vista. Necesitas dejar que funcione tu inteligencia, tu razón y tu espíritu crítico. A veces las cosas no son lo que parecen», me dijo.
Tenía toda la razón. Durante los siguientes meses me los leí todos. El último fue precisamente este: «La guerra civil española: Revolución y contrarrevolución», de Burnett Bolloten.
Jamás había oído hablar de este escritor.
Bolloten había sido un periodista británico al que le pilló el levantamiento en Barcelona. Se enroló como periodista para la agencia United Press. Tenía 23 años. Ni que decir tiene que sus ideas políticas estaban próximas al marxismo y al comunismo.
En cierto modo me recordó al británico Eric Blair, conocido por su seudónimo de George Orwell, autor de «1984» o «Rebelión en la granja», entre otras obras, en las que denunció después el totalitarismo comunista o stalinista.
Es cierto que Orwell no operó como periodista sino que se desplazó a España para combatir contra el fascismo. Lo hizo como miliciano del Partido Obrero Unificado Marxista (POUM), partido comunista no stalinista, lo que le permitió vivir en primera persona la aniquilación contra sus hermanos de armas y contra los milicianos anarquistas, a partir de mayo de 1937, a manos del Partido Comunista de España (PCE), convertido en una marioneta del Partido Comunista de Unión Soviética, el PCUS.
Como periodista, Bolloten conoció a todos los dirigentes relevantes del momento, como el entonces presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero, su sucesor, el doctor Juan Negrín, el ministro de la Guerra, Indalecio Prieto, o los dirigentes comunistas Palmiro Togliatti o Alexander Orlov.
Fue testigo directo de los principales acontecimientos y eso hizo que su punto de vista inicial se transformara en desencanto, como le ocurrió al afamado periodista Manuel Chaves Nogales.
Cuando terminó la Guerra Civil se marchó primero a México, donde vivió hasta 1949. Allí entrevistó a personalidades relevantes de la República exiliadas y acumulando documentos. Después se movió a Estados Unidos.
Bolloten dejó el periodismo. Para ganarse la vida se dedicó a los negocios privados en California, pero concentraba todos sus esfuerzos en el estudio de nuestra contienda. Convertido en el eje de su pasión intelecutal e investigadora.
En total, el autor escribió tres libros: «The Grand Camouflage: The Communist conspiracy in the Spanish Civil War» (El Gran Engaño: las izquierdas y su lucha por el poder en la zona republicana), que vio la luz en 1961; «The Spanish Revolution» (La Revolución española), publicado en 1979; y este que es el origen mi columna: «La guerra civil española: Revolución y contrarrevolución», nacido a luz en España en 1989.
Me llevó su tiempo leer, metabolizar, deglutir e interiorizar este último libro de Bolloten, que comprendía los otros dos citados.
Adolfo Prego tuvo razón. Cambió para siempre mi visión de la guerra civil española.
Porque Bolloten es, por encima, un autor honrado y un hombre crítico. Su contenido no está sesgado hacia un lado u otro. Los hechos son los hechos. Y es lo que cuenta.
Josep Tarradellas, primer presidente de la restaurada Generalitat de Cataluña en este periodo democrático que vivimos declaró en su momento que era «uno de los libros más importantes, entre los quince o veinte mil publicados [en aquel entonces, ahora muchos más] sobre la Guerra Civil de España».
A través de sus páginas el británico relata, de forma meticulosa, basado en datos, exentos de la propaganda, las revoluciones paralelas que llevaron a cabo los anarquistas, los comunistas del POUM y los socialistas revolucionarios durante los primeros meses de la Guerra Civil en las regiones de Cataluña, Aragón y Levante.
LA REPÚBLICA DESAPARECIÓ EN MAYO DE 1937
Bolloten afirma cómo el régimen democrático de la Segunda República desapareció en mayo de 1937, tras la salida de la Presidencia del Gobierno del líder socialista Francisco Largo Caballero.
El control del poder fue asumido por el PCE y, particularmente, por los hombres de Josef Stalín, el líder de la Unión Soviética. Lo que dio pie, después, al título de su primera obra, «El gran engaño», o la gran mascarada.
Porque lo que operó desde entonces en España en el lado republicano fue una dictadura comunista con una máscara de régimen democrático burgués.
Bolloten documentó paso a paso el crecimiento del poder político y militar de los comunistas. Un pequeño partido que en las elecciones generales de 1936 había obtenido 17 escaños, un 3,5 % de un hemiciclo formado por 472 escaños.
¿Como se las apañaron el PCE y el PCUS, sus jefes stalinistas, para ocultar al mundo que la República había desaparecido en mayo de 1937 para dar paso a una revolución comunista encubierta en toda regla?
Una revolución que aplastó al movimiento anarquista y a los rivales del POUM, a cuyo líder, Andreu Nin, la NKVD, la policía secreta soviética, detuvo y asesinó en junio de 1937.
La consigna de Moscú era eliminar a todos los oponentes políticos.
Lo que me llevó a uno de mis grandes «descubrimientos»: dentro del lado republicano hubo una guerra civil dentro de la Guerra Civil. Los comunistas contra el resto.
Eso explicó la decisión del coronel Casado de dar el golpe de Estado y desobedecer las órdenes del presidente del Gobierno del doctor Negrín, manejado por los stalinistas, de continuar la resistencia en Madrid hasta la muerte. A la espera de que se declarase la Segunda Guerra Mundial, que Negrín pensaba que estaba a la vuelta de la esquina. Y lo estaba.
El dilema al que se enfrentó Casado y los líderes socialistas y anarquistas fue muy claro: resistir para llegar a un futuro que podría derivar en una república socialista soviética, como las que luego se instauraron en los países del Este, o negociar con Franco el fin de la guerra en unas condiciones dignas, que no se cumplieron.
Era muerte o muerte. No susto o muerte.
Bolloten, en su libro, una obra magna, sin duda alguna –son 1.241 páginas–, refuta, además, la versión de los escritores de las derechas de que el golpe de Estado contra la República tuvo su origen en que los comunistas estaban gestando un complot para derrocarla.
Nada más lejos de la realidad.
Más bien, lo que hizo el levantamiento militar de los nacionales fue provocar y dar alas a esa revolución que, de otro modo, no se sabe si habría emergido.
Burnett Bolloten murió en 1987, con 78 años, dejando una gran colección de materiales primarios y secundarios con la que la Hoover Institution, de la Universidad de Stanford, ha creado la Colección Bolloten.
Comprende 2.500 libros y folletos, muchos de ellos ejemplares raros, 12.000 periódicos encuadernados de la época de la Guerra Civil, 10 álbumes de recortes de prensa, 125.000 microfilmes, más de 67 paquetes de manuscritos y dos cajas grandes de documentos variados.
Hoy por hoy, la Colección Bollotten es una de las dos o tres fuentes más importantes del mundo para el estudio de la Guerra Civil española, según Stanley G. Payne.
Burnett Bolloten cambió mi percepción de la historia de un periodo crucial de mi país, España. Por eso digo que hay que leer su libro para acercarse a la verdad. Es lo más cerca que se puede llegar. Por eso no puede seguir siendo un gran desconocido.