Cuando escuché la canción «Beautiful boy», de John Lennon, se me quedó grabada a fuego en la memoria una de las estrofas. Una frase en concreto: «Life is what happen to you when you are busy making other plans» (La vida es lo que te sucede cuando estás ocupado haciendo otros planes).
Porque, a veces, la vida te sucede como algo inesperado. Como hoy. Un simple WhatsApp de mi buen amigo Javier Durán. Me enviaba un «link» con una noticia que sentí como un doloroso puñetazo en el estómago: «Ha fallecido Salvador Ortega, el policía que detuvo en 1971 al ‘Arropiero’, el mayor asesino en serie de nuestro país».
Tenía 77 años.
Hace tiempo que Salvador y yo no hablábamos por circunstancias de la vida, que a veces, como las corrientes de los ríos, nos lleva por diferentes caminos.
Pero nos queríamos y nos respetábamos.
No en vano fuimos «padres» de un libro en común: «Psicópatas criminales. Los más importantes asesinos en serie españoles», que publicamos con La Esfera de los Libros y el prólogo del prestigioso psiquiatra, también desaparecido, José Antonio García Andrade.
Fue en 2003.
Posiblemente nadie recuerde la importancia de aquel libro. Pero la tuvo. Fue el primero que refutaba que los psicópatas criminales, los asesinos en serie, fueran solo fenómenos de Estados Unidos o de Rusia.
Entonces muchos creían que este tipo de «demonios humanos» –como en un principio Salvador Ortega y yo quisimos titularlo; Imelda Navajo, el «alma mater» de la editorial nos convenció de que era mejor el que tuvo y no se equivocó– existían en todos los países.
Incluyendo España.
Era un fenómeno global.
Salvador, además, tenía la experiencia de campo. Había sido el policía que había detenido a Manuel Delgado Villegas, autor de 48 asesinatos confesados, 7 probados y 2 en grado de frustración entre 1964 y 1971.
Contamos el caso muy bien en nuestro libro, junto a 20 más. Aplicando la misma metodología y los mismos parámetros de investigación que el FBI. Nos leímos toda la literatura del momento. Esa fue nuestra gran aportación.
Vendimos cinco ediciones, de lo que se sentía muy orgulloso. «Hemos dado en el clavo», me decía.
Nuestro «hijo común», además, se gestó en un entorno muy especial: en Tribunal Televisión, la cadena de juicios de Vía Digital que dirigí entre 1997 y 2002.
Allí, entre programa y programa, en muchos de los que tomó parte, le dimos forma y materializamos la idea.
Salvador Ortega Mallén fue un gran inspector jefe del Cuerpo Nacional de Policía, que dejó en su momento para pasarse a la cosa privada.
Pero, sobre todo y por encima de todo, era una gran persona.
De él se puede decir lo que escribió Antonio Machado en su poema «Retrato»: Era, «en el buen sentido de la palabra, bueno». La persona de Salvador no se puede resumir de otra forma.
A pesar de su brillante trayectoria, era humilde y muy cercano. Amigo de sus amigos, generoso. Los afectos, para él, lo eran todo, como buen sevillano. Siempre recordaré su risa, su sentido del humor, su alegría perenne. Su juventud eterna.
La historia dirá de él que fue uno de los padres de la Policía Científica española además de un gran experto en la investigación de siniestros de incendios. La Sociedad Española de Investigación de Perfiles Criminológicos, que preside Juan Francisco Alcaraz, lo hizo socio honorario.
Nuestros caminos se apartaron en 2003 cuando yo entré en el Consejo General del Poder Judicial como asesor de imagen de la Justicia.
Y nos volvimos a encontrar en 2014, acaba mi periodo en el órgano de gobierno de los jueces, en «Las mañanas de TVE», los dos como contertulios, flanqueando a Mariló Montero durante un año.
Estaba casado con Concha, una mujer de carácter que lo adoraba y de la que Salvador estaba enamorado hasta las trancas. Tenía dos hijas y una recua de «yorkies»; porque adoraba a los animales.
Salvador era una de esas personas que te alumbran la vida, que te empujan a ser mejor persona.
Uno de esos gigantes a cuyos hombros la humanidad se eleva por encima de sí misma.
Durante muchos años fue colaborador habitual de casi todas las cadenas de televisión nacionales y muchas autonómicas y de radio. Porque poseía el don de la comunicación. Y lo disfrutaba.
Se dice que una persona no desaparece mientras los que le conocieron la recuerden. Imposible olvidar a Salvador.
Descansa en paz, viejo amigo.